En la ardua travesía culinaria hacia el caldo perfecto, surge una cuestión tan filosófica como pragmática: al engendrar la sopa de pollo, ¿deberíamos envolverla en un manto de metal y plástico, o dejar que respire libremente el aire de nuestra cocina? Permitidme desentrañar este enigma. La respuesta, tan esquiva como el aroma del romero en un jardín silvestre, depende de los caminos que queráis tomar en vuestro viaje sensorial. Cubrir la sopa es abrazar la intimidad del calor y la…